Hablar de la panza de los filósofos estaría incompleto si no agregamos al menú una buena taza de café. Hace un tiempo escuché decir a alguien que la vida comienza todos los días después de taza de café y me pregunto por qué. Sin duda alguna esta es una de las bebidas más popular a nivel mundial, su agradable sabor y exquisito aroma, nos ofrecen una gran variedad de sensaciones, placenteras al estado físico y espiritual de quienes lo consumen. No está demás decir que esta ha sido una de las bebidas predilectas de aquellos que dedican su vida al pensamiento y la escritura.
En algún punto de la historia el café se agregó al menú de los filósofos por una constante guerra contra el chocolate, ya que dicha bebida solía ser popular en una sociedad puramente católica. Existen muchos motivos por lo que esto fue así, uno de ellos reside en que el chocolate es uno de los placeres gastronómicos que brinda muchos beneficios, ya que contiene propiedades eufoizantes y sobre todo estimulantes, que actúan en el cerebro desencadenando bienestar emocional, este es el caso de la feniletilamina. Muchas personas cuando se encuentran en un estado de tristeza sienten la necesidad de ingerir chocolate. Por ello el chocolate ayuda a disminuir la depresión y hace sentir bien a las personas. Por otro lado la teobromina puede resultar adictiva puesto que esta puede actuar de manera muy similar a la endorfina. Cabe destacar que su sabor es es único y muy gustoso al paladar.
Nos dice Francisco Jiménez García, que de hecho, la iglesia nunca vio mal que el imperio entero, se entregara con pasión al vicio del chocolate. Si el chocolate despertaba el demonio de la carne, mejor. Siempre que el hidalgo se desfogara con su esposa; o el cura con su barragana, o cualquiera de ellos con las putas que servían en los burdeles arzobispales. Todos esos eran pecados propios de buenos católicos, pecados que la iglesia perdonaba de todo corazón. Es así como la iglesia tenía al chocolate como bueno y santo, pero hubo a muchos filósofos que eso no parecía ser de su agrado.
Pero el placer que causa el chocolate no es suficiente para una vida activa la cual requiere de algo que pueda ofrecer al ser humano algo con lo que pueda dar un gran rendimiento óptimo ante labores de arduo trabajo físico y mental, fueron los filósofos modernos aquellos que de alguna forma trataron de imponer al café como un representante del hombre nuevo. De Aquel hombre que por su labor, tenía que realizar esfuerzos físicos y por ello requería comenzar cada mañana con un desayuno que le proporcionara energía y lo pudiera mantener despierto ante esos trabajos de esfuerzo físico. Sopas de vino, pan, migas o gachas solían ser los alimentos de los cuales se alimentaba la gente de campo y por otro lado están aquellos que por su estatus burgués realizaba tareas de forma más interna como las intelectuales. Así la bebida mágica surge, tiene como tarea mantener al hombre despierto y activo ante dichas labores. Esta bebida comenzó a ser de tal agrado que poco a poco fue siendo necesaria ante las tareas del intelectual.
Actualmente se relaciona mucho al hombre intelectual con el café, puesto que es del gusto de escritores, tanto que estadísticamente en artículos de prensa a nivel mundial nos dicen que los escritores son uno de sus principales consumidores. Ante lo antes mencionado podemos decir que el café, además de ayudarnos a despejarnos gracias a la cafeína, sus propiedades vasoconstrictoras, hace de esta bebida una ayuda para la reducción de dolores de cabeza y desinflama la sobrecarga muscular. Por ello, el hombre de campo logra encontrar en el café un remedio que ayuda a combatir los dolores que son causados por el trabajo duro. La cafeína lucha contra el deterioro cognitivo y la oxidación celular. Con esto los intelectuales también supieron aprovecharlo ya que nos ayuda a regular el estrés y evitar que se pueda adquirir depresión.
A pesar de que como en todo alimento existen los mitos sobre sus beneficios y complicaciones, en el siglo XVII los médicos eran la voz portadora de las cuestiones saludables y un cuando de café se hablaba parecía llevar la batalla con gran orgullo de victoria. Aunque para los partidarios del chocolate eran indiferentes ante la opinión científica.
Una batalla que hasta ahora puede considerar al café como victorioso determina que los filósofo han encontrado en él una forma de complementar su trabajo, es aquí donde se da el caso de escritores y filósofos los cuales vieron en el café una forma de vida, no solo una bebida más en el menú de su comida. Honoré de Balzac por ejemplo mantuvo una adicción al café, bebiendo alrededor de cincuenta tazas diarias, esto debido a su ritmo de trabajo, el cual era una labor bastante cansada, pues la rutina de escribir a la una de la mañana, seguro por el silencio y la calma, mantenía una constante labor, tanto así de mantenerse activo hasta quince horas seguidas.
Kierkegaard mantenía una relación con el café un tanto similar a Balzac, pues tenía la costumbre de escribir por las noches pues necesitaba concentrarse y esto lo lograba a través del silencio, en consecuencia necesitaba mantenerse despierto. Así que tomaba su respectiva taza de café con mucha azúcar.
Pareciera ser que la rutina era parte de la vida de un filósofo, esto por la necesidad de mantener un orden en muchos casos, a la hora de escribir o trabajar sobre sus investigaciones. En algún momento fue Voltaire quién mostró mayor interés por el consumo de café, y al igual que muchos, se vio en la necesidad de una rutina. Así lo dice Francisco Jiménez: Voltaire no se limitó a convertirse en un consumidor compulsivo de café, sino que también habituó a este desayuno a su sobrina, e incluso obligo al párroco de su propiedad a cambiar el chocolate por el café y a que predicase las bondades de este nuevo estimulante. De cierta forma si Balzac consumía demasiado café, fue Voltaire quién realmente lo ha hecho suyo, pues Voltaire podía consumirlo de cincuenta a setenta y dos veces por día, y no conozco aún a alguien amante de esta disciplina hoy en día que pueda ser un consumidor de esta magnitud en cuanto a café se refiere. Se puede entender que este filósofo realmente lo necesitaba para trabajar, no solo en casa, pues también era constante en las visitas a cafés de parís.
Como vemos, esta bebida forma parte de aquellos que buscan el placer en la escritura y el pensamiento, además de ser un impulso físico, el aroma y su textura sin duda hacen que los filósofos puedan desempeñar de mejor manera su trabajo. Ahora podemos decir que en verdad la vida comienza día con día, después de tomar una buena taza de café. Disfrutemos de toda la variedad culinaria, disfrutemos de esta bebida y no queda más que decir, buen provecho.
Luis Capistrán
Colegio de Filosofía de Xalapa
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